jueves, 28 de agosto de 2014

Imagen de Rogelio Barrera



Cuando se patean las calles de la ciudad, por necesidad o ganas simples de caminar sin rumbo, uno se encuentra con frecuencia hombres y mujeres singulares, que son más de lo que parecen: payasos que leen emocionados a Roque Dalton, vendedoras de periódicos que de tanto vocearlos se han vuelto eruditas, putas que escriben poemas de amor entre polvo y polvo, desempleados que en las pausas de su búsqueda inventan cuentos para espantar el hambre y mendigos que el bregar por el pan ha convertido en filósofos.
Victorino, es uno de estos filósofos del día a día. Lo encontré una tarde en la Terminal de Occidente, yo fumaba un cigarrillo y leía un periódico antes de abordar el bus a Sonsonate. Se me acercó y contrario a lo que esperaba, no me pidió dinero sino el periódico, “aunque sea prestado”.
Como de todas maneras ya había consumido mi dosis de infamia gráfica, se lo di sorprendido y divertido. Le vi hojear el periódico y, entre gruñidos y gestos, detenerse en uno y otro título. De pronto dijo entre dientes: “¡Estamos jodidos!”
-¿Qué…? –le pregunté medio distraído.
—Nada… —contestó—. De todas maneras, para los que estamos fregados las cosas siguen igual. Es que el mundo —sentenció con aire doctoral— es como un gran gallinero, hoy unas gallinas duermen arriba y mañana otras, pero las de abajo siempre amanecen cagadas.
En ese momento la 205 arrancó el motor y dejé trunca aquella conversación, que sirvió para entretener mi mente durante el viaje.
Ciertamente, pensé, el concepto de Victorino sobre la realidad es el más difundido entre mis semejantes. Y, fatalista como es, no deja de tener razón, porque ese pensamiento es la síntesis histórica del capitalismo que enseña, tras la máscara de la doble moral, que al que está jodido hay que joderlo más.
Y es que el pensamiento del hombre es producto de sus experiencias, y a las grandes mayorías condenadas al naufragio permanente —sí, condenadas porque la movilidad social es para los que tienen con qué movilizarse—, sus vidas sin futuro, sus esfuerzos vanos por salir de la pobreza, los vuelve pesimistas.
Es irónico, digo yo mientras miro desde el bus el faro apagado de Izalco, pero ese pensamiento también complace a los que duermen arriba, ya que hace del hombre un ser sin esperanzas, sin sueños ni horizonte qué perseguir, sin utopías. ¿Será por eso que para los teoristías del capitalismo, utopía es un insulto y un estigma?
Amigo Victorino, quizás tengas razón en lo que el mundo ha sido hasta ahora, pero hay otros mundos sin gallineros, sin corrupción, sin sueños rotos. Y no importa si existen referentes o no, porque, como expresa un verso de La Internacional de Eugène Pottier, «nada somos, todo vamos a ser».

4 comentarios:

  1. hey que bueno ver tus escritos tavo puta a ver como cuando nos vemos y nos hechamos las tres que dos
    jajajajjajajajajaj

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  2. Excelente iniciativa Tavo. Mucho te habías tardado. Hay que construir puntos de encuentro para jalar de la carreta de la cultura.

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