Los jóvenes son el futuro de la patria, escucho decir por
todos lados y en toda boca. Cuando pienso que esta famosa aseveración de aparente
sabiduría es pronunciada con total contundencia por reinas de belleza —toc,
toc, ¿hay algo dentro de esa hermosa cabecita—, payasos y altos dignatarios y
líderes políticos y religiosos de todos los tintes y posicionamientos
ideológicos y creencias, despierta en mí la sospecha de que algo nefasto y
podrido debe cubrir o encubrir. ¿Por qué tanta unanimidad en entregarle el
futuro a los jóvenes? ¿Por qué los dirigentes partidarios, empresariales y
religiosos incapaces de ceder su liderazgo a la juventud se llenan la boca con
la famosa frase? Los dirigentes partidarios, viejitos y temblorosos, atacadas
sus mentes por una especie de alzheimer ideológico, olvidan todo: historia,
muertos, principios, objetivos y sueños, pero no se olvidan de heredar el
futuro de la patria a los jóvenes.
Desde el más humilde padre de familia hasta el más preclaro
“analista” político o económico —toc, toc, ¿qué hay dentro de esa cabezota?—,
aseguran que los jóvenes son el futuro de la patria; desde la más sencilla y
esforzada ama de casa hasta la más bella o fortachona feminista aseveran que la
juventud es el futuro de la patria; desde el más desdichado analfabeta hasta el
más encumbrado intelectual, orgánico o inorgánico, gritan que los jóvenes son
el futuro de la patria... Y todos lo hacen, diría acaso Roque, luciendo los
escudos patrios y acompañados del tararí de las trompetas.
Uno de los ejemplos más claros del uso abusivo y tramposo de
la declaración de que los jóvenes son el futuro de la patria, es la Asamblea
Legislativa, ese asilo de ancianos donde más frecuente se escucha el resonar
lleno de civismo y amor patrio la famosa frase, mientras los diputados
“históricos” se aferran a sus cómodos sillones, cagados de pánico y meados de
aflicción ante la posibilidad de que los jóvenes de hoy se tomen su templo por
asalto.
¡Ah! Se alzan las voces henchidas de “experiencia” es que a
los jóvenes les falta mucho que aprender, son calenturientos e irresponsables,
aún no están preparados para conducir los destinos de la patria, dicen los
conductores que a cada rato atropellan los sueños de la juventud en las autopistas
de la realidad... Definitivamente, es sospechosa la unanimidad con que se
proclama que los jóvenes son el futuro de la patria.
Pues bien, mi sospecha de que algo oscuro esconde tanto
interés y entusiasmo por heredar a los jóvenes el futuro, seguramente se habría
ido conmigo a la tumba fría o a la otra orilla, si no es por el tal Roque, ese
jodido de cuerpo entero que no deja títere con cabeza.
Y es que gracias a los versos del Roque descubrí que la
explicación es sencilla: son los viejos aleccionados por los dioses los que
hacen uso demagógico de la frasecita en cuestión, precisamente para joder a los
jóvenes en el presente. Para no darles el pastel ahora, para consolarlos con un
futuro en el cual ya no serán jóvenes sino viejos aburridos unos, y otros
anquilosados y agarrados con uñas y dientes al poder igual que los que hoy les
ofrecen el futuro. Blakamanes de la política, de la religión y de la academia,
los viejos prestidigitadores aleccionados por los dioses con un pase
mágicamente demagógico convierten a la juventud en los viejos dirigentes del
futuro. A los jóvenes les heredan un futuro en el que los jóvenes serán otros,
no los de hoy. Así, al final, el verdadero futuro que la luminosa frase ofrece,
es un futuro gobernado por (me auto cito) “viejitos temblorosos, atacadas sus
mentes por una especie de alzheimer ideológico”, que sin embargo, tampoco
olvidarán heredar el futuro de la patria a los jóvenes.
Por qué, digo yo, en lugar de proclamar a los cuatro vientos
—y sobre todo cuando soplan los vientos electorales, es decir, las ventoleras— que
los jóvenes son el futuro de la patria, no les entregan sin más el presente de
la patria ahora que de verdad son jóvenes.
¿Acaso creen que los jóvenes son viejos idiotas?