domingo, 6 de septiembre de 2015

"Qué quería la patria / esa de los escudos y el tararí de las trompetas" (Roque Dalton, en El Turno del ofendido)



El tal Roque es un bocón, por eso me gusta. Y hoy me ha llevado a pensar en el mes cívico, con un mi civismo que no da para mucho. Cómo que no entiendo eso de ser patriota de una patria que no existe, no por hoy. Pero creo que quiero mi pedazo de tierra lo suficiente como para soñar con que un día será, no sé muy bien qué pero será un paraje mejor que el que hoy habitamos. Pero no son de estas tristuras y anhelos las que el mes cívico y la independencia (¿ja, ja, ja?) traen a mi cacumen retorcido, sino un asunto que permanece en una polémica medio anodina y medio hipócrita, pero en todo caso sumamente mediática, y que, si se mira bien tiene que ver con esto de la independencia, el civismo y fundamentos de la patria: las resoluciones de la Sala de lo Constitucional.
Si las resoluciones de ese órgano del estado, que por fin suena, medio desafinado pero suena, son correctas o no, quizá dependa del ojo con que se mire, y de las ganas de joder de quienes las toman y utilizan de acuerdo a sus propios intereses. Personalmente, a lo Perogrullo, comparto algunas de sus resoluciones, otras no logro descifrarlas y otras más me parecen del todo equivocadas, ¿qué vamos a hacer, alma de mi alma, si el niño es cabezón?
De todos modos, no me interesa defender a una institución cuyo fin último es garantizar que los fundamentos del estado salvadoreño sean respetados. Y por aquí va la cosa que sí me interesa. Quiero ver esta situación con los ojos que me prestan los versos del Roque: “Las leyes son hechas por los ricos / para poner un poco de orden a la explotación.” (La guerra es la continuación de la política por otros medios y la política es solamente la economía quintaesenciada. XVI Poema - Las historias prohibidas del pulgarcito).
Hasta el momento, la polémica se ha centrado en si son correctas las decisiones de la Sala de lo Constitucional, si responden a interés oscuros, si se han vendido o forman parte de una conspiración en contra del gobierno de izquierda, o quizá sea mejor decir del gobierno del actual partido electoral llamado Fmln. Quizá sí, quizá no. El punto es que como dijo el narizón aquel, no pidas peras (gratis) al tendero.
Y es que el problema no es el de las resoluciones, sino del texto en que se basan esas resoluciones; la Carta Magna, que aunque suena a medicina para los cólicos, es una manera solemne de llamar a la Constitución de la República. Esta tiene como objeto regular el Estado, normarlo, fortalecerlo y hacerlo operativo. Es, por decirlo así, la máxima ley de las que se derivan todas las demás. La ley de leyes, la ley destinada a darle sustento político e ideológico a un estado que, se comprende, es una expresión del sistema político y social bajo el cual vivimos y morimos los ciudadanos de este país que da risa de tan chiquito, aun cuando de vez en cuando se ponga tan bravo como don Miguelito Mármol.
Es decir, que toda Constitución es un instrumento del sistema que la parió. La crea el sistema como un instrumento para defenderse de quienes están en desacuerdo con él y para perpetuarse. Y en nuestro caso, es una Constitución producto del sistema capitalista —y aquí entra Roque precedido de su enorme nariz de sabueso histórico—, y como hija del capital es hecha por los ricos para poner un poco de orden en la explotación sobre la que descansa el sistema mismo.
Esto hace pensar que por muy auténtica que sea la interpretación que la actual o cualquier Sala de lo Constitucional haga, terminará favoreciendo a quienes han hecho las leyes. No depende de la voluntad de los magistrados —sean estos “fantásticos”, serviles o payasos—, las bondades o yerros de las resoluciones que se tomen, porque la Constitución ha sido hecha por los ricos para mantenerse ricos y mantener jodidos a los pobres por siempre jamás.
En última instancia, es la Constitución la que está hecha para defender los intereses del capital y su interpretación favorecerá siempre tales intereses. Cambiar de magistrados sólo trasladará a otras personas el papel de guardianes del sistema capitalista; serán otros los custodios iluminados del circo, pero los dueños del circo continuarán siendo los mismos... No hay de piña, entradores, diría el narizón aquel, el problema es el sistema, así que, mejor “Degüélvanle la plata/al respetable público” (Roque Dalton. “Para que lo recite Berta Singerman”. Un libro levemente odioso).

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